Dr. Luko Hilje Quirós
CONSUPLAGA S.A.
Introducción
Como concepto, el manejo integrado de plagas (MIP) no surgió en hortalizas ni en los trópicos. Sin embargo, 57 años después de acuñado el término en California, los predios hortícolas en los trópicos representan escenarios donde día a día se libra una incesante lucha por darle sentido y concreción a este paradigma, para beneficio de los productores, así como de la sociedad como un todo. Pero lograr esto no es sencillo, pues los sistemas de producción de hortalizas poseen varias características que dificultan la aplicación de programas de MIP, como lo son su corta temporada de producción, así como el ataque de insectos y patógenos con gran capacidad reproductiva, de movilidad o diseminación, y de persistencia en el tiempo.
Figura 1. El Dr. Luko Hilje Quiros, expert en el manejo integrado de plagas en hortalizas, sera ponente del “congreso internacional de la fitosanidad en hortalizas” de Intagri, 2016 con el tema ”Actualidad y perspectivas en el manejo intagrado de plagas (MIP) de hortlizas en los tropicos” |
Lograr este balance, así como evitar o al menos atenuar otras consecuencias indeseables del uso unilateral, indiscriminado y desmedido de plaguicidas, podría ser posible si se recurre a la noción y las prácticas del MIP, como se ha demostrado en sistemas hortícolas de varios países, incluyendo los del trópico americano. Cabe acotar que el MIP se sustenta en tres principios: a) la convivencia o coexistencia con las plagas; b) la priorización de métodos de carácter preventivo; y c) la sostenibilidad económica y ambiental de las opciones tecnológicas ofrecidas. Es decir, estos principios son una especie de guía conceptual para el diseño de todo programa de MIP, contra cualesquiera plagas y en cualquier cultivo.
Conviene resaltar que la utilización de métodos de carácter preventivo obedece a las siguientes cuatro razones: a) es más conveniente y barato prevenir que curar; b) es una manera de anticiparse a que el daño ocurra; c) se evitan perturbaciones agroecológicas indeseables; y d) los métodos tienen un efecto más o menos perdurable. En síntesis, en el mediano y largo plazos, los métodos preventivos deberían ser los más eficaces y económicos, que es lo que más interesa a un agricultor, a la vez que se protege el agua, los suelos y la biota benéfica, así como la salud de los agricultores y los consumidores.
Los entornos hortícolas tropicales
En los ambientes tropicales no existe la marcada estacionalidad de otras regiones del planeta. Por el contrario, hay gran estabilidad térmica a lo largo del año, lo que sumado a la alta precipitación pluvial y al fotoperíodo casi constante, promueve que los insectos herbívoros muestren ciclos de vida ininterrumpidos, con gran traslape de generaciones y de estadios. Incluso en zonas hortícolas con una estación seca bien definida, la habilitación con riego permite producir de manera continua, por los que los insectos siempre disponen de abundante alimento y se mantienen activos, por lo que causan daños todo el año.
En el trópico americano, las hortalizas se pueden producir en un amplio ámbito altitudinal, desde la costa hasta las alturas andinas, a unos 3800 m. Si bien en las zonas más planas hay fincas individuales de hasta 1200 ha -con tecnología propia del primer mundo-, son mucho más frecuentes las fincas de dimensiones mucho menores, a veces inferiores a 0.25 ha. Esto propicia la existencia de mosaicos de cultivos en algunas áreas, con una gran heterogeneidad socio-económica en cuanto a la tenencia de la tierra. Este tipo de agro-paisaje es ideal para las plagas clave de hortalizas, que se caracterizan por ser insectos generalistas, que se pueden alimentar de uno u otro cultivo, en función de su disponibilidad. Además de este hábito polífago, son especies oportunistas, es decir, dotadas de los atributos biológicos (ciclo de vida corto, alta fecundidad y alta tasa reproductiva) que les permiten aprovechar a cabalidad un recurso que es efímero, de tan solo 3-5 meses.
Asimismo, la citada heterogeneidad socio-económica tiene otras consecuencias prácticas. En primer lugar, no es lo mismo persuadir y convencer de las bondades del MIP a un solo agricultor, dueño de una vasta área, que a 50 o 100 pequeños y medianos productores, dispersos en la geografía, así como enfrentados a diario a la pobreza, la falta de créditos bancarios o el analfabetismo. En segundo lugar, a diferencia de lo que ocurre con los ciertos rubros históricos de exportación (café, banano y caña de azúcar), sus productores están organizados en gremios muy consolidados, y la rentabilidad obtenida de sus actividades les ha permitido crear y financiar sus propios institutos de investigación y asistencia técnica, para beneficio de sus asociados.
Las enseñanzas de un proyecto histórico
De lo anotado hasta aquí, resulta evidente que es más difícil ser fitoproteccionista en los trópicos que en las regiones subtropicales o templadas, y sobre todo con hortalizas. Sin embargo, esto no debe causar desmayo, sino más bien convertirse en un grato desafío.
Al respecto, uno de los mayores hitos proviene de un proyecto de MIP desarrollado en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE), en Costa Rica, durante 26 años, entre 1984 y 2010. Este proyecto fue promovido inicialmente por el Consorcio Internacional para la Protección de Cultivos (CICP), con sede en EE.UU., liderado por el Dr. Ray F. Smith, uno de los cuatro entomólogos que propusieron el concepto de MIP. La selección del CATIE obedeció a su misión, focalizada en todo el ámbito latinoamericano y caribeño, así como la experiencia previa en sistemas de cultivos de pequeños productores, que dio origen a las bases conceptuales de la agroecología como disciplina.
Esta visión, concretada por el Dr. Joseph L. Saunders, permitió concebir un proyecto amplio, pero centrado en la producción hortícola por parte de pequeños productores. Además de crear una red internacional orientada al reforzamiento de las capacidades en fitoprotección en cada país, se estableció un programa de maestría, así como cursos intensivos de capacitación. Asimismo, hubo una vigorosa actividad editorial, con la publicación de guías MIP (tomate, chile dulce, repollo y maíz), varios libros, manuales y panfletos para extensionistas y agricultores, más la revista trimestral Manejo Integrado de Plagas. Pero, sobre todo, se promovió un proceso de validación-investigación de tecnologías de MIP en campos de agricultores, con la interacción permanente entre ellos, los extensionistas y los investigadores; al final de cuentas, se pretendía lograr la participación real del agricultor en la generación de tecnologías de MIP, para incrementar su capacidad para el razonamiento agroecológico, la toma de decisiones y la innovación.
En síntesis, fue el proyecto más comprensivo y duradero realizado en el continente americano en relación con el MIP en hortalizas, y hasta hoy representa una rica e inagotable fuente de importantes enseñanzas.
Algunos desafíos actuales
Desde su formulación, tanto el concepto como las prácticas del MIP han evolucionado en varios sentidos, en tanto que la situación mundial de deterioro ambiental ha inducido a los gobiernos y organismos internacionales a impulsar iniciativas de gran calado, como la Cumbre de la Tierra, realizada en Río de Janeiro en 1992. Cabe acotar que el MIP no está ausente en la Agenda 21, documento de acciones y compromisos resultante de este evento.
Y no lo está, porque hubo un reconocimiento explícito de que constituye un componente del desarrollo de sistemas agrícolas sostenibles, en los que se procura conciliar el desarrollo económico, la conservación ambiental y la equidad social.
En tal sentido, nos parece que se pueden resumir en diez las acciones más acuciantes y prioritarias en cuanto al MIP en general, aunque también válidas para el sector hortícola. Por fortuna, algunas de ellas están en curso, en mayor o menor medida, aunque al respecto no hay homogeneidad entre nuestros países. Dichas acciones son:
- Educación al consumidor acerca de la irrelevancia del daño cosmético en hortalizas, así como sus consecuencias para los productores de nuestros países.
- Empoderamiento del agricultor, para que actúe con mayor criterio y acciones propias, sin depender de actitudes o proyectos asistencialistas.
- Reforzamiento de los servicios de extensión, tan debilitados en los últimos años, y su revigorización con nuevas metodologías de investigación participativa.
- Enseñanza de la agroecología y el MIP en las carreras universitarias de agronomía, en vez de simples cursos de entomología económica.
- Formación de postgrado en MIP y agroecología en uno o varios centros latinoamericanos de excelencia, con un fuerte componente de becas.
- Diálogo continuo entre los decisores agrícolas y ambientales, para demostrar con acciones concretas que la producción agrícola y la conservación son compatibles.
- Impuesto a plaguicidas convencionales, como una manera de desestimular su uso, así como una fuente de fondos para financiar acciones en agricultura ecológica.
- Mayor convergencia del MIP y la agricultura ecológica en las agendas de investigación de las universidades y los ministerios de agricultura.
- Exploración de bioplaguicidas (extractos vegetales y entomopatógenos) y otros bioinsumos, para aprovechar la rica biodiversidad de nuestros países.
- Fomento de la producción de bioplaguicidas y otros bioinsumos por parte de industrias locales, en alianzas comerciales con la academia y los ministerios.